Vigésimo ensayo.
Hoy ha sido otro buen día.
Nos hemos dedicado por entero al Padre Luis. A buscar sus tics, sus gestos caracteíristicos, su caminar.
Hemos trabajado sus escenas con mimo, con el objetivo de humanizar al personaje lo más posible, de crear un vínculo lo más cercano posible con Jacobo y con el público. Hemos buscado a ese viejecito honorable, simpático y torpón, con el que todos desearíamos pasar una tarde charlando. Un ser simpático y cariñoso, protector y responsable.
Hemos buscado esa honda preocupación por su huésped.
Para luego romper esa imagen poco a poco dejando entrever detalles que hagan sospechar que no es tan "bueno" como parecía.
Queremos llevar al público a sentir lo mismo que debe sentir Jacobo: un amor ciego por un personaje que tiene una cara oculta.
Si lo conseguimos, el final que preparamos será impactante, fuerte, contundente...
He vuelto a sumergirme en la dificultad máxima de este espectáculo: la disociación. El estar interpretando con la voz una cosa y con la mirada otra y con la mano otra... Es un trabajo que al principio se vuelve muy desalentador... El texto se encalla, las respiraciones se agotan, el hombro se muere!! Pero cuando empiezan a llegar los pequeños resultados, éstos son muy gratificantes, por cuanto, cada logro, cada reacción orgánica de los personajes multiplica su intensidad y belleza. Cada mirada, cualquier gesto por cotidiano que pueda parecer entre dos humanos, adquiere una grandeza y una fuerza enorme... El muñeco se vuelve real!!
Mañana más!
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Suprimir la canción por anacronismo es una decisión dura pero coherente.
ResponderEliminarE insisto hay que amar a don Luis. Hay que respetar su dolor, su tristeza..¡y temer su rencor y odio!
ánimo, María y ánimo Miquel