701. Séptima planta.
Es el número de mi habitación en este mastodóntico hotel de veinticinco plantas de centro de Belo Horizonte.
Está situado entre las dos avenidas mas importantes de la ciudad.
Es un edificio betusto, con pinta bastante decadente. Diría sin embargo que en la línea del resto de la urbe.
Belo Horizonte es enorme, bajo nuestra mediterránea perspectica, pero muy chica en comparación con otras ciudades de suramérica (Sao Paulo, Río, Buenos Aires…)
Es una ciudad especialmente bulliciosa, donde sus habitantes parece que se pasen el día desplazándose de un lugar a otro… caminando o en ruidosísimos coches, camiones, motos… Esta ciudad huele a etanol, combustible que aún usan muchos vehículos aquí.
Son las 7 de la mañana, y mi cuerpo ha dicho basta de descanso hace ya un buen rato. Entre el jetlag y lo extremadamente ruidoso de mi habitación (parece que haya pasado la noche entre dos carriles de la avenida…) no he podido estirar más mi sueño.
El sol hace ya rato que ha salido majestuoso por el horizonte. Aquí amanece muy temprano y anochece muy pronto también, lo cual crea en nosotros una sensación rara, por cuanto estamos acostumbrados a que cuando anochece tan pronto, todo va acompañado de un frío intenso y un sol más mortecino.
Aquí estamos al final del otoño, y las tiendas muestran en su esplendor la ropa de invierno en sus escaparates. Sin embargo, la temperatura es como si estuviéramos a principios de septiembre en Barcelona…
Ayer tuve mi momento Lost in Traslation… cuando por la tarde, después de una efímera siesta, me puse a mirar por la ventana de la habitación, y vi que el mundo discurría a mis pies diligente, veloz… y yo me encontraba estático, fuera de honda, un espectador… desubicado… perplejo, distante… Luego más tarde, salimos a dar un paseo y todas estas sensaciones empezaron a diluirse, pero cuando acabo de llegar a un lugar tan distante en todos los aspectos del mío no puedo dejar de sentirme en algunos momentos como un pulpo en un garaje…
El concepto de ciudad aquí es distinto al nuestro. Aquí el orden de prioridades es otro, y se priman otras cosas que en Europa… La estética de los edificios, las aceras, los acabados… todo eso pasa a un segundo plano. Sin embargo, el tráfico es funcional, sin los enormes atascos de nuestras ciudades, la gente es más ágil al volante…
Se aprecia un antiguo esplendor venido a menos… La mayoría de los edificios son viejos, descuidados, como si una vez construídos en una época de prosperidad y de un crecimiento desorganizado, no hubieran tenido ni tiempo ni dinero para mantenerlos.
Hoy vamos a intentar organizar alguna excursión para conocer un poco más este estado, esta tierra que muestra por todos lados sus heridas abiertas a vista de pájaro, unos agujeros inmensos de donde durante años se han extraído diferentes cosas… piedras preciosas, minerales, rocas… Pústulas incurables en una inmensidad de verde, señas evidentes de la voracidad y la ambición sin límites del ser humano.
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