Son las 3.36 de la madrugada… o las 10.36 de la noche… no lo sé. Ése es un ejercicio íntimo que todo viajero realiza en algún momento en medio del trayecto, cuando se mete semejante atracón de kilómetros y va hacia el este o el oeste en un avión
Estamos en medio del océano atlántico… a cientos de kilómetros de cualquier atisbo de tierra, en un avión repleto de gente que a estas horas maldormita en sus espartanas butacas. Yo he consumido ya mi bonus de sueño, que no suele ir más allá de la hora y media. Sé que ya no dormiré más, pero extrañamente me siento muy fresco… demasiado. Envidio a Xavi que, a mi lado, hace más de dos horas que duerme y por su rostro relajado y plácido, creo que tiene intención de pasar todo el viaje en los brazos de Morfeo. Mejor para él… para Xavi me refiero… y para todos aquellos que pueden permitirse o tienen la capacidad de poder descansar en estas condiciones infrahumanas… estas galeras del siglo XXI que por no permitirte, no te permiten ni remar.
El cielo hasta ahora está tranquilo y el viaje discurre plácido, con una luna llena que ilumina un mar enorme apenas manchado por una cuantas nubes ocasionales. Uno se plantea lo inmenso de ese mar plateado que transcurre por debajo nuestro. Ese todo, esa masa ingente que desde once mil metros de altura pierde la apariencia de mar y se asemeja más a un desierto indefinido. Y pienso que millones de seres viven allí abajo… Estarán durmiendo la noche de los humanos? Y recuerdo lo que dicen las noticias, que estamos esquilmando los fondos marinos y acabando con los bancos de peces… Realmente somos unos bestias… Yo no atisbo más que agua desde este atalaya en el que me encuentro, miles y miles de kilómetros cuadrados de un fondo de unos miles de metros de profundidad con todo lo que ello debe albergar de vida, y nosotros nos lo estamos cargando…
Cuando viajas de noche en avión y disfrutas de luna llena, puedes ver perfectamente las alas del aparato, y lo que queda desnudo es el resto del cielo, que por efecto de la luz inmensa que nuestro querido satélite regala al universo, se ve despojado de todos esos puntitos luminosos que de otro modo estarían ahí, tintineando hasta que el sol asomara su cabeza por el horizonte.
Nos dirijimos a Sao Paulo, donde cambiaremos de avión, para ir a Belo Horizonte. Esta última, ciudad del estado brasileño de Minas Gerais, marca el inicio del sur de Brasil, lo que quiere decir de la parte más rica del país mas grande de Sudamérica y uno de los más grandes del mundo. Esa zona, como su nombre indica, se enriqueció durante muchos años con la industria de la minería que extraía cantidades ingentes de piedras preciosas. Belo Horizonte, tiene una población aproximadamente como Madrid, y un clima templado, con inviernos muy suaves.
Se organiza cada año un festival de teatro de Bonecos (títeres) con una programación muy buena, con compañías de todo el mundo.
Lo dirijen Lelo y Adriana, dos amigos de esos que han confiado en mí y en el Don Juan desde mucho antes de nacer. En cuanto supieron que estaba montando algo, no dudaron en invitarme, y eso se lo agradezco profundamente. Es un festival que mueve mucho público y que tiene una repercusión destacable entre los medios de comunicación, lo que hace que, si las cosas salen bien, podamos seguir ampliando nuestro dosier de prensa.
Nosotros llegaremos el miércoles y no actuamos hasta el viernes, por lo que tendremos la oportunidad de sacudirnos las molestias que acarrea el cambio de horario, esa sensación tan molesta que te hace despertar a cualquier hora de la noche y te deja insomne durante unas cuantas jornadas. Si todo está en orden, nos tomaremos estos días de turismo.
El vuelo se está revolviendo un poco. He dejado de ver el tapete plateado que hace unos minutos veía, y el avión empieza a renquear por efecto de las tirbulencias… No puedo dejar de pensar en que hace unos días, justo en esta zona, se calló un avión por causas que aún se desconocen… Y uno, en estos momentos, se pone en la piel de aquella gente y se imagina lo que pudo ocurrir… Ya sé que no es un ejercicio muy recomendable, el mismo ejercicio podría hacerse cuando alguien se desplaza en coche (estadísticamente, es mucho más posible que te mates en un coche que en un avión), y que las probabilidades de que tengamos un accidente en la misma zona y con el mismo aparato (que lo es) y volando hacia el mismo pais, son ínfimas… pero a mí me da cierto cague.
La cabina está a oscuras y casi todos siguen durmiendo. Yo he tratado de ver alguna de las películas que ofrecen, pero sólo están en versión portuguesa o francesa… y es un poco peñazo…
Hasta ahora conservamos todas las maletas y, salvo en el primer trayecto a Lisboa en el viaje de ida, no parece que las maltraten demasiado. Veremos qué pasa al final.En fin, voy a tratar de relajarme un rato, a ver si consigo pegar ojo
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