sábado, 27 de marzo de 2010

DON JUAN. DIARIO DE UN NÁUFRAGO. 101

Cuadragésimo séptima actuación.

Pensaba yo durante la función de hoy en El Vendrell (por cierto, enhorabuena por el nuevo teatro) ante el silencio sepulcral que me acompañaba, que dada la cantidad de gente mayor que tenía de público, quizás se intimidaban al oir los desvaríos de un viejo que se enfrenta a sus últimos días y al que visita la muerte... Dándole vueltas me empezó a dar la sensación de que los comentarios de Don Juan ante sus últimos días como "en cambio me condena (a un final) lento y penoso..."; "ya no debería estar aquí, sino vagando por el infierno..."; "...y acabe con esta tortura que es vivir así..." etc, quizás podían ser recibidos por la gente mayor con una crudeza más dura que con los que fueron en realidad escritos. Pero hay que entender el contexto y el personaje que los lanza: Don Juan no está acostumbrado a ser uno más; no acepta su vejez por considerarla indigna después de una vida de excesos... Don Juan no soporta tener que sentirse uno más, el querría ser el único, la leyenda de sí mismo, el despiadado conquistador que pasa por encima de todo y todos, y se ve obligado a aceptarse como una persona mayor con sus fragilidades y sus limitaciones y eso le corroe el alma. Así que se retira a vivir en el convento con la intención de que nadie lo vea en esa situación que él no acepta y contra la que se rebela.
El no está haciendo un alegato contra la vejez en general, paso imprescindible para los que puedan vivir muchos años, sino contra la suya en particular, una vejez para la cual él no se había preparado y contra la cual no pensaba que debería luchar nunca...
Pero yo no considero a mi Don Juan un árbol caído, más al contrario, lo considero como un magnífico ser que llega a sus últimos días con la condena de una lucidez y una vitalidad no acompañada por su físico, lo que lo sume en una profunda tristeza y desasosiego, pero que, a mis ojos, lo presenta con esa potencia y fuerza que sólo los que han pasado por casi todo pueden dar.

Antes de cerrar entrada, agradezco a Ció y su equipo el haber puesto a nuestra disposición su teatro, y habernos dado la oportunidad de demostrar que el teatro no lo hacen los nombres sino las personas, y que gracias a su confianza, un centenar de espectadores se fueron con la sensación (o eso creo) de no haber perdido el tiempo. De buen seguro que todos ellos volverán a ver lo que les propongan.

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