jueves, 5 de marzo de 2009

DON JUAN. DIARIO DE UN NÁUFRAGO. 24

Vigésimo cuarto ensayo.

¡Qué difícil se hace crear cuando tu cabeza está descontrolada...!
Este trabajo nuestro, tan reconfortante y divertido en unas ocasiones, se vuelve una tortura en otras...
Esta semana está siendo, bajo ese punto de vista, una verdadera tortura.
Y es que cuando la cabeza no está, no está. Y la voz no sale, el gesto se vuelve vago, la mirada se pierde... Repites y repites, pero la actuación parece mecánica, la emoción se esconde y el gesto pesa.
Algunos opinan que es en este estado cuando se puede crecer más, porque todo el trabajo realizado se manifiesta cuando las energías vuelven y el optimismo renace.
Estoy aprendiendo muchas cosas sobre la creación en solitario. Todo depende de ti. No tienes un compañero en el que apoyarte, en el que retroalimentarte cuando tus energías están bajas.
Eres tú... Y hay que tirar adelante, apretar los dientes y vencer esa voz que te intenta distraer con cuestiones vagas, con pensamientos negativos... Que te impide disfrutar, que te muestra como anodino aquello que en realidad es intenso... o debería serlo...
Ayer trabajamos la escena del Comendador. Esa escena se va a trasformar. Se va a convertir en un pequeño monólogo de Don Juan... No nos convence la voz de ultratumba... Nos distrae del verdadero conflicto del personaje que es su desesperación por ver qué rapido se le ha escurrido la vida entre sus dedos... por constatar que está viviendo un final que no tenía previsto que le infringe un sufrimiento profundo, una sensación de derrota... El mismo que lo empuja a contar su vida a Jacobo, a intentar convencerlo de que abandone la vida retirada y se zambulla en la aventura... Pero en su soledad eso que ante el fraile es energía, se vuelve oscuridad y desespero. Su cuerpo viejo, arrugado, maloliente y entumecido... sus cabellos otrora negros y vigorosos, son ahora blancos, escasos apagados y sucios. Su mirada se ha tornado lejana, cansina, distante... esos mismos ojos encendieron las brasas de las damas más altivas, más esquivas, más bellas...
Y ahora todo eso son recuerdos... sólo recuerdos cada vez más difíciles de avivar...
¿Vale la pena seguir viviendo así? Retirado, escondido como una rata, sólo porque la muerte le es esquiva... ¿No sería mejor acabar con esta tortura que es vivir así?
Así pues la escena se va a desenvolver ante una soga con el nudo hecho. Dar el paso o no darlo. ¿O es que incluso el valor ha decidido abandonar ese desvencijado cuerpo? No, ya no hay valor, ni fuerzas para entregarse a esa muerte que le huye... Porque, además, Don Juan es Don Juan. Y siempre hay en el fondo algo por lo que luchar... Un reto al que enfrentarse aunque sea de manera inconsciente. Una última conquista, una última seducción por doloroso que sea seguir viviendo un día más, un minuto más... Cuando en su desesperación y desconsuelo llega Jacobo a socorrerlo, Don Juan comprende que su última seducción, curiosamente, no tiene forma de mujer, sino de frailecillo inocente: Don Juan se agarra pues a ese objetivo. Convencer a Jacobo de cuan atractiva es la vida ahí afuera y abrir sus ojos a la belleza de las mujeres como encarnadoras del placer de vivir. Y descubre que eso le insufla energía, su mirada parece despertar, su gesto se vuelve un poco más liviano, su humor recobra la chispa perdida...

Tema conejo: dada mi nulidad para construir un conejo con pinta de conejo y no de podenco ibicenco, decidimos hacer caso a Martí y ponemos a Jacobo a pelar guisantes... Se siente, pero a veces hay que asumir pequeñas derrotas para ganar la guerra...

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