El Auditorio de San Lorenzo del Escorial es un imponente complejo que alberga dos enormes y modernas salas de teatro. La sala A, con capacidad para 1066 espectadores y la sala B para 300.
Obviamente es en esta última donde hemos actuado. Con todos los adelantos , con una confortabilísima platea, con un escenario igualmente cómodo, amplio y práctico, y con un equipo humano numeroso, entendido y trabajador (empezando por Alberto, el director de complejo, con 60 años de experiencia a sus espaldas, y que nos recibió a las 9 de la mañana con su amable sonrisa, estuvo todo el día a nuestra disposición y fue el último en marcharse a la noche: inaudito…), y pasando por todos los técnicos.
Con estas magníficas condiciones, esta vez no había excusa: el espectáculo debía lucir con todo su esplendor, o la decepción iba ser mayúscula.
Después de la relativa decepción del Lara, aquí había que dar el do de pecho, a riesgo de acabar pareciendo un pedante engreído que se dedica a echar balones fuera en vez de aceptar la responsabilidad de haber creado un trabajo mediocre…
Así pues, hemos cuidado una vez más hasta el último detalle: cada cuerda, cada saco, cada luz, todo milimétricamente situado para evitar sorpresas… Hoy me he encerrado en el camerino con los bichos, a mirarles a la cara, a hundirme en su mundo de pasiones y decepciones, a hablarles y escucharles… A recordar palabra por palabra, sentimiento por sentimiento lo que iba a suceder un par de horas después. Está claro que la motivación forma parte imprescindible de nuestra profesión: el trabajo psicológico, el encerrarte en tu submundo para después, con fuerza, volcar todos tus sentimientos, tus pasiones, tus miedos encima de las tablas, olvidado de quién o qué hay al otro lado de la cuarta pared… Bueno, quizás no olvidado, pero sin otorgarles más potestad que la de escuchar y asistir a esa convulsión en directo…
Con tamaña concentración empezaba hoy la función, con las ganas de comerme el mundo y con las ansias de aspirar cada segundo y vivirlo como la primera vez; saboreando cada gesto, cada reacción, cada insulto de Don Juan, cada ironía, cada frase, cada enseñanza, cada silencio…
Y ha sido una función plácida, agradable y distendida, pero intensa, de aquellas que tienes la sientes que todo rueda, que todo está grabado y que nada puede romperse; y eso precisamente te otorga la sensación de libertad de moverte a tu antojo, jugar contigo y con los muñecos, como cuando eres un niño… Como cuando paso minutos escuchando a Samuel, mi hijo de tres años, jugar en su cuarto con sus muñecos apasionadamente, convirtiendo a su antojo su mundo interior en su mundo real. La sensación es la misma: todo lo que va a suceder está dentro de la lógica de la realidad, y a la vez será algo magníficamente nuevo para mí… y para el público.
Así ha transcurrido la función; la he disfrutado de cabo a rabo. Y me he sentido muy feliz de poder brindar este trabajo a amigos que se hallaban en la sala, algunos que veían el espectáculo por primera vez (como Charo, la programadora (gracias, gracias), que en un ejercicio de valentía y confianza se atrevió a incluir el Don Juan en una programación repleta de grandes compañías y grandes espectáculos… sin haberlo visto previamente!), y otras que era la tercera vez que lo veían, como Cristina (tu sonrisa es el mayor regalo que uno se puede encontrar al final de una función), una ahora maravillosa amiga, que contra viento y marea se ha presentado en El Escorial dispuesta a quitarme el mal gusto por haberle ofrecido una tan pobre actuación en el Lara…
Así pues, sus sonrisas al finalizar, sus abrazos, son algo que uno se lleva muy adentro y que agradeceré siempre. Alguna vez lo he comentado, pero, así como antes de cada función me sorprendo a mí mismo maldiciendo el por qué de escoger una profesión tan al filo de la navaja, tan expuesta, tan imprevisible, estos momentos de calor, de afecto, de aceptación, de agradecimiento, no los cambiaría por nada en el mundo y me hacen pensar: ¡¡sí, esta es la profesión más maravillosa del mundo!!
Incluso en una función como hoy, en la que al final el público ha permanecido en silencio unos largos segundos antes de arrancar a aplaudir (le he ordenado a Xavi que, a partir de ahora, arranque a aplaudir como un loco ferviente fan, en cuanto haya hecho el black out final, (esto es un secreto muy secreto)), a pesar de ese final con suspense en el que uno se quiere hundir en la tierra, muy adentro, a pesar de eso digo, hoy me he sentido muy satisfecho por cómo han salido las cosas.
Un gustazo.
Me encanta leerte tan animado y satisfecho de esta función. Fue una pena no poder estar allí. Por lo que me ha contado Cris fue una maravilla, como verlo por primera vez.
ResponderEliminarUn abrazo grande!
Me encantan tus exageraciones: "hundir en la tierra muy adentro" :-))) Luego dices que no eres gracioso...
ResponderEliminarYo me desorienté al final, y te pido disculpas por enésima vez, pero visto que no me pierdo una y que acabaré formando parte de la compañía, seré yo la que inicie los aplausos cuando el público ande un poco perdido. Sabes que a entusiasmo por la obra no me gana nadie.
Un verdadero gustazo, sí señor... Lo único mejorable es la cena posterior, pero eso es lo de menos.
Un abrazo!